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¿Los buitres atacan al ganado? Esto es lo que dice la ciencia

Ciencia y gestión
¿Los buitres atacan al ganado? Esto es lo que dice la ciencia

Malas interpretaciones, titulares sensacionalistas, falta de rigor científico, fake news y la fuerza expansiva de las redes sociales son los ingredientes de la percepción popular negativa que ha desembocado en el absurdo conflicto generado en torno a los buitres y sus presuntos ataques al ganado. En este artículo lo exploramos en compañía de la ciencia.


Cada cierto tiempo los medios de comunicación de las más diversas tipologías se hacen eco de la aparición de nuevos casos de “ataques” de buitres a ganado vivo, un asunto un tanto morboso, imán para las fake news, cargado de polémica. Por desgracia, las noticias generadas al respecto no solo suelen ir acompañadas de un titular sensacionalista, sino que además suelen carecer por completo de rigor científico (y lamentablemente, a veces hasta periodístico). Si al poder de la prensa para influir en la opinión pública sumamos las fotos, vídeos y relatos de experiencias personales que inundan las redes sociales para “demostrar” la ocurrencia de presuntos ataques o para dar credibilidad a las líneas argumentales más disparatadas, y el hecho de que vivimos en una sociedad en la que la cultura científica y la Educación Ambiental brillan por su ausencia, tenemos ante nosotros el origen de una alarma social y un conflicto medioambiental tan absurdos como difíciles de abordar. No es que la ciencia proporcione verdades absolutas –la ciencia no lo puede todo–, pero sí reduce racionalmente el grado de incertidumbre sobre lo que creemos conocer de nuestro entorno, acercándonos a la realidad de las cosas. Así que con el ánimo de arrojar un poco de luz sobre este asunto, en este artículo os invitamos a explorar el insólito conflicto generado por los ataques de buitres al ganado en compañía del conocimiento que nos proporciona la ciencia.

Esta es una selección de algunos de los titulares usados por diversos medios de prensa españoles en los últimos años, para referirse a noticias relacionadas con el conflicto generado por los ataques de buitres al ganado. Algunos de ellos no tienen desperdicio…

 

La historia del conflicto

La atribución de ataques a ganado vivo por parte de los buitres se asocia a una de las cuatro especies de aves carroñeras que viven en Europa, el buitre leonado (Gyps fulvus), cuyas poblaciones europeas se concentran fundamentalmente en España (más del 90%). Desde tiempos prehistóricos, la evolución de los buitres en la Península Ibérica ha estado ligada a la presencia de ganadería extensiva. Como aves necrófagas –aquellas que se alimentan de la carne de animales muertos–, siempre han proporcionado a los ganaderos (y a la sociedad en general) un servicio gratuito de enorme valor ecológico y sanitario, ya que su función es la de “limpiar” nuestros ecosistemas de animales muertos que, de otra manera, se convertirían en residuos y fuente de enfermedades. De este modo, de toda la vida, los ganaderos han dejado los restos de sus animales muertos en el campo –o en puntos concretos llamados muladares– para que fueran limpiados por los buitres, por lo que estos basaban buena parte de su dieta en el consumo de cadáveres y despojos de ganado. Por lo tanto, históricamente, los ganaderos y los buitres han sido grandes aliados, y de hecho, el sector ganadero siempre ha tenido en alta estima el valioso servicio de limpieza que les proporcionan estos carroñeros.

Las carroñadas de buitre leonado pueden llegar a congregar a varias decenas de ejemplares que lucharán entre sí por conseguir hasta el más pequeño bocado (Foto: Javier Merchante).

 

Esta relación de mutualismo entre ganaderos y buitres empezó a torcerse a finales de los años 90 del siglo pasado, coincidiendo con las primeras denuncias de presuntos ataques a ganado vivo. Con la progresiva implantación de las políticas sanitarias derivadas de la aparición de la encefalopatía espongiforme bovina, conocida popularmente como la enfermedad de las vacas locas, a partir de 2002 los ganaderos se vieron obligados a recoger los cadáveres sin poder depositarlos en el campo como siempre habían hecho. A partir de 2005, con una normativa sanitaria más restrictiva, los cadáveres de animales tenían que ser gestionados a través de sistemas oficiales de retirada y destrucción controlada. Paralelamente, también se cerraron muchos muladares o puntos de alimentación que las aves carroñeras frecuentaban. De este modo, los buitres debían enfrentarse a una repentina reducción de la disponibilidad de cadáveres de ganado como fuente de alimento. Con el paso del tiempo, comenzó a registrarse con frecuencia que los buitres se aventuraban a buscar comida fuera de sus áreas de campeo habituales y que tenían una mayor tolerancia a la presencia humana, comportamientos hasta entonces anecdóticos. Todo ello facilitó la falsa percepción social generalizada de que los buitres estaban pasando hambre y que, debido a ello, habían empezado a cambiar su comportamiento, teniendo que atacar animales vivos para subsistir. La mala interpretación que se hizo desde el principio de los presuntos ataques por parte de ciertas entidades, colectivos y de los medios de comunicación propició que se extendiera la idea de que los buitres habían empezado a depredar sobre animales vivos para alimentarse. Esto ha acabado generando un impacto mediático y social considerables, magnificando la realidad del asunto y desembocando en el conflicto actual, hasta el punto de que, hoy en día, más del 50% de los ganaderos ve a los buitres como enemigos más que como aliados.

Una mayor tolerancia de los buitres a la presencia humana les permite buscar comida en los vertederos o en las inmediaciones de instalaciones dedicadas al aprovechamiento cinegético o ganadero. El conflicto entre buitres y ganado hace que esta circunstancia sea aprovechada por algunos para intentar acabar con los buitres mediante el uso ilegal de venenos (Foto: Jose Larrosa – Landscaping & Nature).

 

Desentrañando el conflicto con ayuda de la ciencia

Es conveniente matizar el término que suele usarse con más frecuencia en referencia al conflicto, y en relación con ello, conocer un poco al buitre leonado: el verbo atacar. Cuando este término se usa para describir el comportamiento de un animal carnívoro que pretende conseguir alimento, es equivalente a depredar. Es decir, que en el contexto faunístico, cuando un animal que come carne ataca a otro de una especie distinta para alimentarse lo que esta haciendo es cazar, lo que implica buscar y perseguir una presa viva para provocar su muerte y comérsela. Cualquier especie carnívora depredadora ha debido desarrollar la capacidad y habilidad para hacerlo, lo que supone entre muchos miles y varios millones de años de evolución a lo largo de los cuales se seleccionan los rasgos adaptativos morfológicos, comportamentales, ecológicos e incluso fisiológicos necesarios para ello.

Basta con echar un vistazo a un buitre leonado para darnos cuenta de que estas aves pueden ser muchas cosas y gustarnos más o menos, pero desde luego no son animales depredadores (Foto: Jose Larrosa – Landscaping & Nature).

 

Los buitres son aves relativamente pesadas, lentas, vagas y torpes en tierra, cualidades muy malas para un depredador. Se valen de las corrientes térmicas para planear sin el más mínimo esfuerzo con sus enormes alas de más de dos metros y medio de envergadura, y ello les permite recorrer largas distancias en busca de alimento, pero no pueden hacer veloces vuelos en picado o ágiles maniobras para caer sobre una presa. Ni siquiera tienen las uñas ni la fuerza necesarias para atrapar e inmovilizar a otro animal con sus garras. Su pico es muy fuerte, eso es incuestionable, pero está diseñado para desgarrar piel y carne y partir huesos, no para matar de forma decidida como lo hace el afilado pico de un águila. Detectan las carroñas de animales muertos desde las alturas gracias a su increíble sentido de la vista –a veces con la ayuda de sus socios en eso de comer carroña, los córvidos–, no porque huelan la sangre, como se puede leer en algún medio, ya que de hecho tienen el sentido del olfato atrofiado (una valiosa cualidad para especialistas en alimentarse de los restos malolientes y muchas veces putrefactos de animales muertos). Así que no, los buitres no cazan para conseguir comida, sencillamente porque no están capacitados para ello. Una cosa muy distinta es que puedan picar los cuartos traseros de un animal enfermo o debilitado, pero aún vivo, si éste está tendido en el suelo, inmóvil. Estos picotazos forman parte de una especie de “prueba de mortalidad” que hacen los buitres antes de abalanzarse sobre un cadáver: si el animal no reacciona porque ya no le quedan fuerzas ni para moverse, los buitres interpretan que el animal está muerto –al fin y al cabo, un animal muerto no se mueve– y que “el banquete está servido”, por mucho que el malaventurado animal, cuya muerte es ya inevitable y cuestión de tiempo, aún parpadee o respire. En muchos casos son los córvidos los que inician este ejercicio de sondeo que les permite comprobar que el animal no ofrece ninguna resistencia y que, en consecuencia, puede comenzar su consumo. Siendo estrictos, en estos casos –que son tremendamente excepcionales– es obvio que los buitres sí son la causa última que acaba con la vida de un animal ya moribundo por otras causas, pero decir que esto es un “ataque” a un animal vivo es, cuanto menos, impreciso y desacertado.

Los buitres están clasificados como carroñeros obligatorios, especializados en el consumo de cadáveres de grandes ungulados, porque no pueden cazar (Foto: Jose Larrosa – Landscaping & Nature).

 

Si analizamos el patrón temporal de las miles de denuncias emitidas por presuntos ataques de buitres al ganado desde que emergiera el conflicto, llama la atención el repunte que se produce entre los años 2006 y 2010 (casi el triple respecto a la media anual registrada en años previos), precisamente coincidiendo con el periodo durante el cual la disponibilidad de cadáveres de ganado en el campo fue más baja debido a la dureza de las restrictivas políticas sanitarias contra la enfermedad de las vacas locas. Puede parecer obvio que el hambre obligara a los buitres a atacar al ganado, incrementándose el número de denuncias en este periodo. Sin embargo, los estudios realizados demuestran que no existe relación alguna entre una menor disponibilidad trófica en una comarca, la densidad poblacional de buitres y la frecuencia de denuncias por presuntos ataques. De hecho, la población de buitres leonados mostró una tendencia demográfica creciente durante este periodo, y las poblaciones de una especie que pasa hambre no crecen. Es cierto que la repentina desaparición de los cadáveres de ganado como fuente de alimento se ha asociado a cambios en la dieta, el comportamiento y las rutinas de desplazamiento de los buitres para buscar alimento, aumentando su carácter oportunista, pero esto no quita para que los resultados de estos estudios nos permitan descartar, con un grado razonable de confianza, que el hambre esté convirtiendo a los buitres en temibles depredadores de ganado.

Cuando los buitres dan buena cuenta de un cadáver lo dejan todo lleno de plumas debido a sus disputas jerárquicas a la hora de acceder a la comida. Pero esto solo demuestra que los buitres estuvieron ahí, no que causaran la muerte del animal del que se han alimentado (Foto: Javier Merchante).

 

Por otro lado, es importante tener en cuenta que el origen del conflicto coincide con la ocurrencia de cambios progresivos y generalizados en los sistemas de manejo del ganado: entre finales del siglo XX y comienzos del XXI, los rebaños en régimen extensivo han pasado de estar constantemente vigilados por pastores o perros a estar periodos de tiempo relativamente largos sin atención, incluso durante el crítico periodo de los partos, especialmente en áreas donde han desaparecido los grandes depredadores como el lobo. Se trata de un detalle relevante, ya que la casuística de las denuncias emitidas por supuestos ataques de buitres al ganado muestra que la mayor parte procede de explotaciones en régimen extensivo en los que la vigilancia del ganado en muy baja o nula, y que se producen principalmente durante el periodo de los partos, por lo que los animales generalmente afectados por los ataques son crías recién nacidas o con pocos días de vida y sus madres.

El periodo de partos es crítico para la salud de las madres y sus crías, ya que la selección artificial que hemos hecho del ganado para producir crías más grandes hace que estos sean largos y que puedan aparecer complicaciones.

 

En un rebaño vigilado, el pastor puede detectar la dolencia de una res o una cría y atenderla antes de que su muerte sea inevitable, o percatarse de la muerte de un animal antes de que lleguen los buitres. Sin embargo, una menor vigilancia del ganado implica que el ganadero tarda más tiempo en detectar posibles enfermedades o dolencias, como un parto complicado, o incluso la muerte de un animal. Además, hay que considerar que el aumento del carácter oportunista de los buitres ha reducido su tiempo de llegada a las zonas donde saben que pueden encontrar comida fácil. Los partos proporcionan placentas y cadáveres –las madres y las crías pueden morir o estar moribundas por complicaciones sufridas durante los partos– y los buitres han aprendido a explotar este recurso predecible para satisfacer sus requerimientos energéticos. Si añadimos que un grupo de unos 100 buitres no tarda más de 20 minutos en limpiar por completo el cadáver de una oveja adulta, es comprensible que un ganadero, cuyos animales estaban perfectamente bien cuando los vio por última vez, regrese a los pocos días o incluso a las pocas horas e interprete la escena de un animal tendido en el suelo o su cadáver rodeado de buitres como un ataque perpetrado por estos, aunque en realidad los buitres solo hayan hecho su trabajo: comerse un animal muerto o, muy excepcionalmente, aliviar la agonía de un animal moribundo con las horas contadas por cualquier otro motivo.

Desde hace unos años es frecuente observar grupos de buitres en las inmediaciones de algunas explotaciones ganaderas, algo que muchos interpretan como un comportamiento de acecho. Pero lo cierto es que no están acechando –esto lo hacen los depredadores–, sino que más bien están “a la espera” de que se presente la oportunidad de obtener una comida fácil que saben que llegará tarde o temprano (Foto: Jose Larrosa – Landscaping & Nature).

 

La magnificación del conflicto durante el periodo en que se registró el mayor número de denuncias provocó que las Administraciones se pusiera las pilas con este asunto, fortaleciendo el procedimiento para la tramitación de las denuncias y la concesión de las indemnizaciones por ataques de buitres al ganado. De este modo, a partir de 2011 un profesional experto debía evaluar los daños y las circunstancias asociadas a las denuncias emitidas: una denuncia podía ser aceptada y compensada económicamente solo si se encontraban evidencias forenses claras de que el animal aún estaba vivo cuando los buitres empezaron a comérselo, independientemente de cuál fuera su estado de salud antes de morir. Las estadísticas muestran que, como cabía esperar, el número anual de casos diagnosticados como positivos se redujo radicalmente. A modo de ejemplo, durante el periodo comprendido entre 2008 y 2010, en Cataluña se indemnizaron como media el 51 % de las denuncias que se presentaron, porcentaje que disminuyó hasta casi el 5% entre 2011 y 2015, cuando el procedimiento exigió un análisis forense de los casos denunciados. Dos estudios realizados en España y Francia demuestran que el 70 % de las denuncias que se presentan son directamente rechazadas por tratarse de casos post mortem, es decir, que el animal presuntamente atacado ya estaba muerto cuando los buitres empezaron a consumirlo; y que en el 90 % de las denuncias que se investigan, un veterinario forense descarta a los buitres como causantes de la muerte o cualquier tipo de lesiones al ganado presuntamente atacado. Por tanto, el número real de casos en los que se detecta la ingesta de un animal aún vivo por parte de los buitres, casos que siempre se asocian a animales con un diagnóstico vital muy desfavorable, es extremadamente bajo, y los buitres nunca son identificados como la causa primaria de su muerte.

El endurecimiento del proceso de tramitación de denuncias y concesión de indemnizaciones ocurrió de forma simultánea a la progresiva recuperación de la situación anterior a la aplicación de las políticas asociadas a la enfermedad de las vacas locas respecto a la alimentación de las aves necrófagas, por lo que la alarma social disminuyó a la par que el número de denuncias presentadas. Sin embargo, los datos disponibles indican que el requerimiento de investigar a fondo las causas subyacentes de los presuntos ataques denunciados es el factor clave que determina la inexistencia de un conflicto real.

 

¿Monstruos depredadores de ganado o proveedores de servicios ecosistémicos?

La información científica disponible sugiere que el conflicto generado entre los buitres leonados y los presuntos ataques al ganado no es más que el resultado de una alarma social generada y amplificada a base de malas interpretaciones y mala prensa. La percepción social negativa que se ha desarrollado hacia los buitres es un claro y dramático ejemplo de cómo un conflicto menor, con unos costes económicos irrisorios, puede cambiar una relación de beneficio mutuo entre seres humanos y fauna silvestre que ha existido durante miles de años. Las noticias que saltan a la palestra mediática no deberían ser eximidas de un análisis crítico por parte de los lectores, oyentes o telespectadores, y en lo referente al conflicto de los buitres y el ganado, su credibilidad debería depender en gran medida de que se basen en el uso de argumentos planteados con el rigor científico que merecen. Por otro lado, las fotos, vídeos e historias que sobre este asunto se extienden como la pólvora en las redes sociales deberían ser percibidas con enorme cautela, recordando que solo un estudio forense de cada caso permite determinar adecuadamente la causa de la muerte de un animal. Por encima de todo, e independientemente de la percepción personal que decidamos tener al respecto, no se puede menospreciar el invaluable papel de los buitres como proveedores de servicios ecosistémicos. Su papel como carroñeros es crucial para la estabilidad y sostenibilidad de las cadenas tróficas, el control de enfermedades, el reciclado de nutrientes y la regulación indirecta de la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, y además, aportan valor cultural y recreativo a nuestros ecosistemas por el atractivo que despiertan entre los amantes de la observación de aves y el ecoturismo, lo que genera importantes beneficios económicos para las zonas rurales que acogen estas actividades. Así que todo apunta, después de todo, a que los buitres nunca han dejado de ser nuestros grandes aliados.

En España se estima que los buitres pueden eliminar hasta 200 toneladas de huesos y más de 8.300 toneladas de carne putrefacta cada año. Deshacerse artificialmente de estos residuos conllevaría la emisión de unas 77.000 toneladas métricas de dióxido de carbono a la atmósfera y un gasto para ganaderos y administraciones de más de 45 millones de euros anuales (Foto: Jose Larrosa – Landscaping & Nature).

 

Para saber más, aquí os dejamos las publicaciones más relevantes generadas hasta el momento del análisis científico del conflicto entre humanos y fauna silvestre protagonizado por los buitres y sus presuntos ataques al ganado:


 

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